lunes, 13 de agosto de 2012

Duendes discuten



Encontré un diario de vida viejo en mis cajones, y re acomodé un pequeño texto que había escrito ahí. Año 2008.

Anoche, mientras mi cabeza buscaba excusas para no dormirse, escuché que dos duendes discutían entre sí. Me concentré mucho para no olvidar que los había oído, pero me esforcé tanto en eso que olvidé lo que decían. A veces pienso que todas las criaturas mágicas son así de caprichosas.

No es que sea malo... Me dio la impresión de que tú me hiciste algo parecido alguna vez, porque, por querer memorizar tus ojos y tu sonrisa, olvidé algunas otras cosas. Recuerda que tengo déficit atencional... no, no, no hables tan rápido, baja los decibeles... digo, la velocidad. No, no, los decibeles no los bajes que entonces no te puedo escuchar porque los duendes siguen discutiendo y no me dejan dormir tampoco, y seguir soñando contigo, y con todas esas cosas que luego no puedo recordar.

-¿Quieres aprender a volar?
- Me encantaría, pero dudo poder decírselo a alguien más, porque pensarán que eso me hace querer saltar de los balcones... A veces todo el mundo malinterpreta tanto las cosas. Me pregunto si lo hacen "de a veritas" o solo porque sienten que tienen que hacerlo.

No sé si eso lo escuché en el sueño o en la vida real, donde los duendes seguían peleando. O tal vez tu eras la vida real y los duendes el sueño. No importa. Porque de todas formas no logro recordar nada de cuando estoy medio dormida.

miércoles, 4 de julio de 2012

Quién sabe


El saber qué habría pasado si es que uno hubiese tomado otras decisiones siempre pica en la memoria. Incluso si remonto el pensamiento a aquellas fechas de mi niñez que apenas recuerdo. ¿Qué hubiese pasado si no hubiese matado tantos caracoles? No creo en el karma, pero tal vez, los caracoles no estarían conspirando contra mí en este momento.

Si hubiese tomado un camino en vez de otro. Si hubiese escogido el color negro frente al blanco. La contemplación en vez de la constante sonrisa en la cara. Quién sabe como serían las cosas. Yo no lo sé. A veces ni siquiera sé si es que si quiera quiero querer saberlo. Pero tal vez hay cosas que deben permanecer ocultas por ahora. Quizás en unos cuantos años más todo tendrá sentido, creeremos saber el final de esta historia, y entonces todo el proceso se verá en perspectiva, y será menos doloroso, porque lo veremos de lejos. Ahora nadie sabe nada, y probablemente deberíamos aprovechar este momento. No sé, quién sabe.

martes, 17 de abril de 2012

Norte


Uno de sus ojos era de vidrio, y repentinamente pegaba unos saltitos. La gente se lo quedaba mirando cuando se disponía a cerrar la tienda. Nadie sabía nunca por dónde se alejaba caminando, pero todos los días se desvanecía en un lugar diferente. Muchas veces salí persiguiéndolo, y una vez casi lo alcanzo; estoy casi segura de que desapareció entra las naranjas del puesto de frutas de las esquina. No era fácil distinguirlo con su traje gris y su mirada perdida. Nunca logré verle la cara, pero sí le vi el ojo de vidrio.

Sus manos arrugadas sostenían con dificultad las llaves de su local, al cual nadie nunca entraba. Lo abría todos los días a las 2 de la tarde, después de almuerzo. Las brújulas de la vitrina apuntaban al sur, algunas al este, pero ninguna al norte. Y de tanto seguir sus trayectorias ilusas terminé en un callejón sin salida.

Las agujas del reloj apuntan las 3 de la tarde con 3 minutos. Las agujas de la costurera de la esquina, miran el suelo, las de los doctores apuntan a la gente que hace filas interminables para evitar una gripe en invierno. Y las de esas brújulas quieren dirigirnos al sur. Quizás de tanto caminar hacia abajo llegaré hacia arriba, y podré preguntarme porqué arriba es arriba y abajo es abajo. Y si quizás se pudiese concebir que existe una forma de percibir las cosas que no tiene nada que ver con arriba y abajo. Tal vez el caballero del ojo de vidrio lo tiene todo resuelto. Por eso nunca mira ni las agujas del reloj, ni de las costureras ni las de los doctores. Ni siquiera sé si mirará las de sus brújulas, pero creo que nunca se pierde, porque quizás descubrió otro norte. Tal vez por eso su ojo da saltitos repentinos, como si un hilo lo tirase a algún norte en algún lugar.

viernes, 13 de enero de 2012

Al sur de Puerto Montt


Corrimos juntos muchas veces, pero no sabíamos que corríamos, ni podíamos vernos entre tanto pánico. Muchas veces caminábamos al mismo ritmo, y con el mismo pie, escuchando la misma canción en nuestros audífonos; todo al mismo tiempo, pero no lo supimos. De hecho, aún no lo sabemos, pero es divertido tratar de adivinar cosas que aún no suceden, para después reírse de las situaciones en el futuro. Y de todas las coincidencias que tuvieron que ocurrir para encontrarnos en un punto preciso... y ahí ya no puedo seguir adivinando mucho más.

En el futuro podré contar que todo empezó a muchos kilómetros de Santiago, por allá más al sur de Puerto Montt, un lugar al que probablemente nunca has ido. Tú aún no lo sabes, pero ahí comenzó todo. Yo aún no estoy segura de si alguna vez podré contar esa historia, quizás la oportunidad desaparezca, pero no quiero perderla, porque es una manera un poco intrigante de empezar a contar la historia. Sobre todo si ni tú ni yo estábamos presentes cuando sucedió.

Y el día que lo sepas, te reirás. Y dirás que no tiene ningún sentido que diga esto ahora, cuando no hay nada, pero es como aquél día al sur de Puerto Montt, donde tampoco había nada aún. Es que tengo fijaciones con pensar en cosas que probablemente nunca sucederán, y no sé por qué precisamente con ciertas personas. Pero después de analizarlo por varias semanas dije "Si, en algún punto algo... algo..." Olvídalo, no sé explicarlo. No tiene sentido, mejor me quedo callada.

martes, 3 de enero de 2012

Sólo lo cotidiano



Gracias a Joel :)

El elefante rosado sentado en el paradero de la micro le sonrió y a la chica pelirroja y le preguntó la hora. Dijo que se iba a juntar con su amigo el Oso Hormiguero a las tres, porque tenían que tomar el té, como todos los días. Igual a ella le pareció extraño que tomaran té tan temprano, y con ese calor, pero prefirió no preguntar, ya que quizás era más interesante no saber.

Cuando se abrió el cielo ya cayó al suelo la micro en la que se tenía que subir, se preguntó por qué el sonido de las puertas abriéndose había dejado de sorprenderla hace tantos años. Pero no había tiempo para deternse mucho, porque todo el mundo anda siempre tan apurado.

Uno de los caballeros de la fila de atrás, que tenía una nube gris y lluviosa sobre su cabeza le preguntó si es que tenía algún paraguas que le prestara. Era divertido, porque ella siempre salía con paraguas de la casa, por si acaso alguien se le ponía a llorar encima, pero ese día lo había dejado junto a la ventana, para que tomase aire.

A los pocos minutos, entró el obsesivo que siempre andaba cortando pelo. Se subía todos los días a distintas micros a cortarle el pelo a la gente. Su tijera era muy delgada y sonaba muy chistoso, pero no era divertido cuando se te acercaba y te cortaba el pelo por estar distraído. "Me dicen que después lo trafica, y lo vende en el Paseo Ahumado" (sí, Ahumado), le susurró una señora gorda a la otra, mientras el chofer ya tomaba la curva más terrible del mundo.

El vendedor de abrazos y suspiros enlatados se metió por la puerta de atrás y empezó a ofrecer sus servicios. Las señoras copuchentas compraron una docena entre las dos, y la chica pelirroja por un momento se sintió tentada en agarrar un besito pequeño que estaba colgando de uno de los sucios dedos del vendedor. Pero no, lo dejó ahí mejor. Después uno se hace adicto a esas cosas.

Y de la nada, apareció un caballero vistiendo gris, con unos audífonos conectados en sus orejas, de pronto se puso a chillar como loco porque había perdido dinero en una apuesta de esos caballos que corren mucho. La chica pelirroja y todo el resto de la micro lo miraron y quedaron pensando. "La gente puede llegar a ser muy rara".
Marisopas

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