viernes, 13 de enero de 2012

Al sur de Puerto Montt


Corrimos juntos muchas veces, pero no sabíamos que corríamos, ni podíamos vernos entre tanto pánico. Muchas veces caminábamos al mismo ritmo, y con el mismo pie, escuchando la misma canción en nuestros audífonos; todo al mismo tiempo, pero no lo supimos. De hecho, aún no lo sabemos, pero es divertido tratar de adivinar cosas que aún no suceden, para después reírse de las situaciones en el futuro. Y de todas las coincidencias que tuvieron que ocurrir para encontrarnos en un punto preciso... y ahí ya no puedo seguir adivinando mucho más.

En el futuro podré contar que todo empezó a muchos kilómetros de Santiago, por allá más al sur de Puerto Montt, un lugar al que probablemente nunca has ido. Tú aún no lo sabes, pero ahí comenzó todo. Yo aún no estoy segura de si alguna vez podré contar esa historia, quizás la oportunidad desaparezca, pero no quiero perderla, porque es una manera un poco intrigante de empezar a contar la historia. Sobre todo si ni tú ni yo estábamos presentes cuando sucedió.

Y el día que lo sepas, te reirás. Y dirás que no tiene ningún sentido que diga esto ahora, cuando no hay nada, pero es como aquél día al sur de Puerto Montt, donde tampoco había nada aún. Es que tengo fijaciones con pensar en cosas que probablemente nunca sucederán, y no sé por qué precisamente con ciertas personas. Pero después de analizarlo por varias semanas dije "Si, en algún punto algo... algo..." Olvídalo, no sé explicarlo. No tiene sentido, mejor me quedo callada.

martes, 3 de enero de 2012

Sólo lo cotidiano



Gracias a Joel :)

El elefante rosado sentado en el paradero de la micro le sonrió y a la chica pelirroja y le preguntó la hora. Dijo que se iba a juntar con su amigo el Oso Hormiguero a las tres, porque tenían que tomar el té, como todos los días. Igual a ella le pareció extraño que tomaran té tan temprano, y con ese calor, pero prefirió no preguntar, ya que quizás era más interesante no saber.

Cuando se abrió el cielo ya cayó al suelo la micro en la que se tenía que subir, se preguntó por qué el sonido de las puertas abriéndose había dejado de sorprenderla hace tantos años. Pero no había tiempo para deternse mucho, porque todo el mundo anda siempre tan apurado.

Uno de los caballeros de la fila de atrás, que tenía una nube gris y lluviosa sobre su cabeza le preguntó si es que tenía algún paraguas que le prestara. Era divertido, porque ella siempre salía con paraguas de la casa, por si acaso alguien se le ponía a llorar encima, pero ese día lo había dejado junto a la ventana, para que tomase aire.

A los pocos minutos, entró el obsesivo que siempre andaba cortando pelo. Se subía todos los días a distintas micros a cortarle el pelo a la gente. Su tijera era muy delgada y sonaba muy chistoso, pero no era divertido cuando se te acercaba y te cortaba el pelo por estar distraído. "Me dicen que después lo trafica, y lo vende en el Paseo Ahumado" (sí, Ahumado), le susurró una señora gorda a la otra, mientras el chofer ya tomaba la curva más terrible del mundo.

El vendedor de abrazos y suspiros enlatados se metió por la puerta de atrás y empezó a ofrecer sus servicios. Las señoras copuchentas compraron una docena entre las dos, y la chica pelirroja por un momento se sintió tentada en agarrar un besito pequeño que estaba colgando de uno de los sucios dedos del vendedor. Pero no, lo dejó ahí mejor. Después uno se hace adicto a esas cosas.

Y de la nada, apareció un caballero vistiendo gris, con unos audífonos conectados en sus orejas, de pronto se puso a chillar como loco porque había perdido dinero en una apuesta de esos caballos que corren mucho. La chica pelirroja y todo el resto de la micro lo miraron y quedaron pensando. "La gente puede llegar a ser muy rara".
Marisopas

Followers