martes, 17 de abril de 2012

Norte


Uno de sus ojos era de vidrio, y repentinamente pegaba unos saltitos. La gente se lo quedaba mirando cuando se disponía a cerrar la tienda. Nadie sabía nunca por dónde se alejaba caminando, pero todos los días se desvanecía en un lugar diferente. Muchas veces salí persiguiéndolo, y una vez casi lo alcanzo; estoy casi segura de que desapareció entra las naranjas del puesto de frutas de las esquina. No era fácil distinguirlo con su traje gris y su mirada perdida. Nunca logré verle la cara, pero sí le vi el ojo de vidrio.

Sus manos arrugadas sostenían con dificultad las llaves de su local, al cual nadie nunca entraba. Lo abría todos los días a las 2 de la tarde, después de almuerzo. Las brújulas de la vitrina apuntaban al sur, algunas al este, pero ninguna al norte. Y de tanto seguir sus trayectorias ilusas terminé en un callejón sin salida.

Las agujas del reloj apuntan las 3 de la tarde con 3 minutos. Las agujas de la costurera de la esquina, miran el suelo, las de los doctores apuntan a la gente que hace filas interminables para evitar una gripe en invierno. Y las de esas brújulas quieren dirigirnos al sur. Quizás de tanto caminar hacia abajo llegaré hacia arriba, y podré preguntarme porqué arriba es arriba y abajo es abajo. Y si quizás se pudiese concebir que existe una forma de percibir las cosas que no tiene nada que ver con arriba y abajo. Tal vez el caballero del ojo de vidrio lo tiene todo resuelto. Por eso nunca mira ni las agujas del reloj, ni de las costureras ni las de los doctores. Ni siquiera sé si mirará las de sus brújulas, pero creo que nunca se pierde, porque quizás descubrió otro norte. Tal vez por eso su ojo da saltitos repentinos, como si un hilo lo tirase a algún norte en algún lugar.

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Marisopas

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