jueves, 27 de agosto de 2009

Cosas de la vida diaria

Hay un caballero que toca guitarra en el paseo huérfanos, cerca de CODELCO, es ciego y tiene un bastón amarrado a la espalda, por lo que adivino que le cuesta caminar. Casi siempre lo veo, parado ahí, con la armónica atornillada a su tizona milenaria. A veces me gustaría poder darle algo más que sólo dinero.

A veces el dinero queda tan corto... me gustaría invitarlo a tomar tecito e interrogarlo. Saber qué hace en sus tiempos libres (bueno, antes tendría que preguntarle si tiene tiempos libres), cuál es su comida favorita, su canción favorita, todos sus favoritos y luego cerrar nuestra conversación con una frase intrigante como "Las plantas crecen hacia la luz".

martes, 18 de agosto de 2009

Corte de pelo

Ese día traté de hacerlo de nuevo. Junté fuerzas y caminé al peluquero de la mano de mi mamá que repetía "No serás más tonta si te cortas el pelo... Que lesita eres". Pero no, no son bobadas. Desde siempre pude observar cómo la gente de pelo corto en mi familia era la que peor actuaba... mi abuelo, mi tío, y para qué decir mi padre.

Faltaban pasos. Lo juro, eran pasos, de verdad lo iba a hacer, pero me arrepentí y quise salir corriendo. Entonces mi mamá apretó más mi mano, entró a la peluquería conmigo, y en vez de sentarme en la silla de clientes, me acomodó en el sillón de espera. Se paró decidida frente al peluquero y le dijo:

"Córteme el pelo... algo así como Sinead O'Connor".

Y ese día, mi mamá se cortó el pelo para mí. Sin ninguna lágrima, más con una sonrisa.

Ahora me corto el pelo una vez cada dos meses.

sábado, 8 de agosto de 2009

... Me tomó por sorpresa

Y luego me pregunté ¿En qué momento empecé a ser parte importante de su vida?

Creo que todo empieza cuando distingues a alguien a la distancia, una persona que ya te pertenece en cierto sentido (en el menos posesivo que hay). Una persona que ves muy lejana, de esas que salen en las películas y con quienes te identificas de vez en cuando. Y es inevitable sorprenderte cuando te incluyen en algo tan cotidiano de sus vidas como tomar un café.

Sí, es lo especial del tiempo... que a pesar de que no nos pertenece, podemos regalarlo. Y he recibido regalos de tiempo, probablemente muchos más de los que merezco.

Cambio la pregunta ¿En qué momento se me hizo tan emocionante ser parte de la vida de alguien más?

Desde hace algún tiempo se me acelera el corazón cuando me doy cuenta de lo complejo que parece todo eso. Y me dan ganas de llorar cuando mi hermana pequeña dice "te quiero", de esa forma tan sincera, mientras juega con plasticina y ve el Disney Channel. Lo dice así, como si fuese la cosa más obvia del mundo. Yo tuve que dejar el sandwich que me estaba comiendo de lado para absorber esas palabras. Después de unos segundos dije "Yo también", hice que me mirara y le dije "Oye, en serio". No recuerdo como era mi vida desde antes de la llegada de algunas personas... ¿Qué hacía en mis ratos libres? ¿En qué pensaba? ¿Qué cosa me hacía feliz?

Y hasta este momento... he llegado sólo a conclusión de que debería dejar de hablar con el poster de "El Principito" de mi pared y ponerme a estudiar. Al menos por unos cuantos días.

jueves, 6 de agosto de 2009

Sentimiento de inferioridad

- ¡Ella! Vamos, sólo llevamos 5 minutos de caminar y ya estás cansada. - Le dije a la pequeña perrita blanca que se reusaba a seguir avanzando por las calles del centro. - Me pagan por media hora... no me gusta hacer trampa. - Insistí, pero Ella seguía completamente decidida a no caminar.

Entonces, lo vi... a él.

Es uno de esos hombres que simplemente miras y adivinas que están atravezando el proceso llamdo "Crisis de los 40". Tiene tres galgos intimidantes, camina con gracia, un poco como Lucius Malfoy. No mira a nadie, y sus perros tampoco. Avanza como creyendose el centro del mundo, tiene claro que mayor parte de los ojos están posados sobre é y sus perros. Uno de los galgos es café, uno negro y otro blanco, todos avanzan delicadamente, y frenan cuando él les dice. La gente los esquiva, al menos a un radio de un metro. Y cuando se le ocurre entrar a alguna tienda, ni siquiera los guardias se atreven a dejarlo afuera.

Pasó a metros de distancia del lugar donde yo estaba parada. Me dio una mirada e inclinó su cabeza. Creo que lo he visto todos los días por tres años consecutivos, no me extraña que desde hace un par de meses ya me haya empezado a reconocer... o tal vez mi mirada sobre él es muy insistente y no puede evitar sentirse incómodo. O creer que lo conozco de otra época (claro, con lo vieja que soy).

Como sea, cuando lo ví doblar por la esquina. Bajé mis ojos y vi a Ella, la pequeña perrita (ahora gorda) tirada en la calle sin intenciones de moverse.

Suspiré tremendamente resignada y la llevé en brazos unas cuantas cuadras hasta que llegamos a un lugar con más pasto para que se anime.

Mi vida se pone en perspectiva... a diario.
Marisopas

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