sábado, 18 de mayo de 2013

Casa

Creo que no hay ningún momento más mágico que aquél cuando se entra a la casa de una persona especial por primera vez. Todo es nuevo, y explorable, es como un mundo que se abre ante tus ojos; un espacio que la otra persona decidió abrirte. Es como si dejaran que miraras a través de sus ventanitas la cotidianeidad de los años pasados y presentes tal vez.

Yo aún recuerdo la primera vez que fui a su casa, y vi su pieza, y pensé "Es este el lugar donde tantas veces lo imaginé sentado, con un computador sobre sus piernas, y tal vez una guitarra por ahí cerca que de pronto soltaba unas notas que el oído humano no podía percibir, pero que para su mente era una llamada, como cuando una mascota le pide a su dueño alimento."

Yo estaba acostumbrada a estar en casas que siempre están repletas de fotos... Las de mi familia son así. Tenemos el trauma por tener todo retratado. Incluso mi tío, que vive en una pieza tiene fotos, y en la peluquería donde trabaja, la sonrisa de mi prima saluda a todos los visitantes. Sacamos fotos y las ponemos, y las cambiamos, y las adornamos con marcos bonitos, y hasta el día de hoy gastamos plata en imprimirlas y ponerlas ahi, para que la gente las vea. Para que se queden en la memoria de quien sea, pero que no desaparezcan. Pero cuando entré a su casa no vi ninguna foto, a simple vista -. Igual mi vista es bien mala, entonces no sé si a segunda vista (o quizás simplemente a una vista mejor) podría haber encontrado una que otra escondida por ahí.- Me pareció fascinante. Por un lado, porque quizás en su familia todos tienen buena memoria, y no olvidan. No como la mía, que se nos olvida todo. Por el otro, porque yo no lo olvido, mi memoria se queda.

El aroma de su casa, se parecía demasiado al de mi casa de la infancia, claro que el aroma de la mía a demás tenía el ingrediente de la leña crepitante en la estufa, y el sonido de la lluvia en el techo. En su casa no habían muchos sonidos. Eso me gustó.

Recuerdo cuando él entró a mi casa por primera vez. Después de que sentí que él jamás iba a querer respirar el mismo aire que yo, lo ví ahí adentro, y pensé que era el efecto de alguna droga que tomé sin querer. Sus ojos se detenían en cada pequeño objeto de mi casa (y hay muchos), y claramente en las fotos que le dan la bienvenida a quien entra, e invaden indiscretamente el espacio personal del invitado, ubicadas al centro de la mesa, con miradas penetrantes. No pude descifrar qué estaba pensando mientras miraba esos objetos. Ni qué opinaba de las paredes, o de las ventanas, o del techo con madera al aire. No supe qué pasaba por su cabeza cuando me vio caminar cómodamente en un espacio tan abierto, y tan cerrado a la vez. Me pregunto si él supo inmediatamente lo que yo sentí cuando entré a su casa. O si le achuntó, si es que trató de adivinar.

Probablemente no supo que dentro de esa casa, vi dar vueltas a su "yo" del pasado, y me di cuenta de que volaba mucho más libre que su "yo" del presente. Y deseé ser parte de su "yo" del futuro. Y si cada uno por dentro es una casa. La mía está llena de cosas que acarreo por mi genética, y que no me gusta acarrear, estoy llena de fotos, porque tengo mala memoria, y porque selecciono las sonrisas que quiero llevar conmigo. Y me da miedo, convertirlo en una de esas sonrisas. Y que deje de ser lo que es. Oh, esperen. Ya lo hice, sin querer. Espero que algún día me perdone. Pero mientras me siento a mirar la foto comprendo que, bien en el fondo, jamás lo hará. Tal vez efectivamente es mi aire, tal vez por eso no lo quería respirar. Por suerte aún puedo sacarlo de la foto. Sí, ese es un buen plan.

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Marisopas

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