jueves, 6 de agosto de 2009

Sentimiento de inferioridad

- ¡Ella! Vamos, sólo llevamos 5 minutos de caminar y ya estás cansada. - Le dije a la pequeña perrita blanca que se reusaba a seguir avanzando por las calles del centro. - Me pagan por media hora... no me gusta hacer trampa. - Insistí, pero Ella seguía completamente decidida a no caminar.

Entonces, lo vi... a él.

Es uno de esos hombres que simplemente miras y adivinas que están atravezando el proceso llamdo "Crisis de los 40". Tiene tres galgos intimidantes, camina con gracia, un poco como Lucius Malfoy. No mira a nadie, y sus perros tampoco. Avanza como creyendose el centro del mundo, tiene claro que mayor parte de los ojos están posados sobre é y sus perros. Uno de los galgos es café, uno negro y otro blanco, todos avanzan delicadamente, y frenan cuando él les dice. La gente los esquiva, al menos a un radio de un metro. Y cuando se le ocurre entrar a alguna tienda, ni siquiera los guardias se atreven a dejarlo afuera.

Pasó a metros de distancia del lugar donde yo estaba parada. Me dio una mirada e inclinó su cabeza. Creo que lo he visto todos los días por tres años consecutivos, no me extraña que desde hace un par de meses ya me haya empezado a reconocer... o tal vez mi mirada sobre él es muy insistente y no puede evitar sentirse incómodo. O creer que lo conozco de otra época (claro, con lo vieja que soy).

Como sea, cuando lo ví doblar por la esquina. Bajé mis ojos y vi a Ella, la pequeña perrita (ahora gorda) tirada en la calle sin intenciones de moverse.

Suspiré tremendamente resignada y la llevé en brazos unas cuantas cuadras hasta que llegamos a un lugar con más pasto para que se anime.

Mi vida se pone en perspectiva... a diario.

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Marisopas

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